El ludopharmaco promedio tiene como costumbre asociar todas las acciones de la vida cotidiana con un video juego.
Dichas asociaciones van generando una cadena de pensamientos, como en aquellas conversaciones interminables en las que en alguna de sus bifurcaciones nadie recuerda cuál fue el disparador y todo termina en una nebulosa que concluye en un estúpido y cabizbajo:  «Y bueh. qué se le va a hacer».
Lo importante es que siempre gozaremos de nuestras regresiones auto-inducidas que despiertan  la necesidad de volver a jugar algún título de esos que quedan por siempre en nuestra borrosa y engañada memoria.

En este caso, he vuelto a encender a la magnífica MegaDrive con el fin de disipar la duda que siempre surge al recordar el impacto que algún  jueguito nos produjo con sus atributos.

Antes de continuar, un clarísimo caso que puede ejemplificar esta cuestión: Fue hace unos pocos meses cuando recordé el lanzamiento del F-15 Strike Eagle. Ese día creí que estaba realmente manejando un avión de combate por distintos puntos del medio oriente.
Inmediatamente volví a jugarlo y no pude entender absolutamente nada.  Eran puros palitos y cuasi polígonos sufriendo la agonía de haber sido pensados a destiempo.

Esta vez pasó todo lo contrario y por eso estoy escribiendo acerca de un excelente y adictivo juego de Konami del año 94.

Estoy hablando del:

Tiny Toon Adventures: ACME All-Stars

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